SÓLO ESE CABALLERO
Olga A. de Linares
Los jinetes avanzaban a paso lento, por lo que ellos calcularon que no estarían a su alcance antes de mediodía.
Hacia las diez de la mañana, el sol castellano los definía con mayor precisión.
Uno lucía bastante prometedor; el otro, en cambio, no haría un gran bocado. Pero no eran tiempos de melindres. Así de flaco, serviría igual como tentempié.
¡Y todo habría terminado antes de que pudieran entender qué estaba pasando!
Los gigantes se sorprendieron grandemente cuando el que montaba el jamelgo, tan esquelético como él, se les abalanzó lanza en ristre, desoyendo los clamores del otro que, como la mayoría, era incapaz de reconocerlos bajo su disfraz de molinos.
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