TODAS LAS CUENTAS ME SALIERON MAL
Saurio
La farolera tropezó, y en la calle se cayó.
Cuando despertó de su conmoción cerebral, descubrió que estaba atada de pies y manos a una cama, en un lúgubre sótano.
Una silueta se recortó en la penumbra. Era un hombre vestido con ropas femeninas:
—Bienvenida. Soy la viudita del barrio del Rey, me quiero casar y no sé con quién, excepto que tiene que ser una señorita de San Nicolás. —Sus lascivas manos recorrieron el cuerpo desnudo de la farolera—. Con esta sí, con esta no, con esta señorita me caso ¡yo! —exclamó mientras la penetraba salvajemente.
“¡Este coronel!” pensó la farolera. “Si no fuera tan pervertido, hasta me enamoraría de él”.
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