ESCONDIDAS
Marcela Silvestro
Llevaban un tiempo largo en la caja, cuando decidieron asomarse. El sol fue como una cuchillada a traición.
—Qué cambiada estás —se asombró Manuela, al ver a su hermana.
En efecto, lo único que permitía reconocerla era el collar de perlas que llevaba aquella mañana cuando habían comenzado a jugar a las escondidas. Pero sus rasgos ya no eran los de una niña. Eran los de una mujer.
—Cuánta razón tenías, Manuela. Este escondite es perfecto. Creo que ganamos.
—Qué cambiada estás —se asombró Manuela, al ver a su hermana.
En efecto, lo único que permitía reconocerla era el collar de perlas que llevaba aquella mañana cuando habían comenzado a jugar a las escondidas. Pero sus rasgos ya no eran los de una niña. Eran los de una mujer.
—Cuánta razón tenías, Manuela. Este escondite es perfecto. Creo que ganamos.
1 comentario:
Marce!! ¡qué alegría "verte" por acá de nuevo! Espero que se te haga costumbre (buena costumbre). Muy bueno tu aporte
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