TÁRTAROS
Héctor Ranea
—Tenemos una defensa contra los tártaros, Señor —señaló el suboficial principal.
—¿En qué consiste? —preguntó el teniente.
—Odian el olor del vómito de perro. ¿Lo ha olido usted alguna vez?
—Sí, por cierto y a fe mía que es un mal olor, pero no veo cómo podría eso detenerlos.
—Ellos adquieren su fuerza en la batalla manteniendo un feto de camello entre los dientes. Como odian el olor a vómito de perro y, al tener la boca entreabierta por el bicho muerto sus capacidades olfativas se incrementan, el olor se les hace aún más nauseabundo.
—¡Pero qué tonterías dice! Nada hay que se compare con metralla de grueso calibre.
El suboficial hizo derramar el vómito de perros guardado en la cantina. Más tarde, todos fueron pasados a degüello por los tártaros. Al teniente lo ahogaron en vómito de perro.
—¿En qué consiste? —preguntó el teniente.
—Odian el olor del vómito de perro. ¿Lo ha olido usted alguna vez?
—Sí, por cierto y a fe mía que es un mal olor, pero no veo cómo podría eso detenerlos.
—Ellos adquieren su fuerza en la batalla manteniendo un feto de camello entre los dientes. Como odian el olor a vómito de perro y, al tener la boca entreabierta por el bicho muerto sus capacidades olfativas se incrementan, el olor se les hace aún más nauseabundo.
—¡Pero qué tonterías dice! Nada hay que se compare con metralla de grueso calibre.
El suboficial hizo derramar el vómito de perros guardado en la cantina. Más tarde, todos fueron pasados a degüello por los tártaros. Al teniente lo ahogaron en vómito de perro.
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