UN VERANO EN TEXAS
Iván Olmedo
Mientras me servía mi segunda copa de tinto, el padre Maurice removía las brasas con la mirada perdida en el otro lado de la calle, donde unos niños jugaban a lanzarse globos llenos de agua.
—Lo único importante es que no estén bautizados. Y la salsa adecuada, por supuesto —dijo, enmarcando la frase con una sonrisa de experto—. Pero ya seguiremos hablando de esto en la sobremesa. Ahí viene Paula con la ensalada…
Manejando diestramente la pinza, dio la vuelta sobre la parrilla a un costillar que desprendía un agradable aroma grasiento. Mis intestinos se retorcieron de ansia y emitieron un rugido que no fui capaz de disimular.
—Le incomoda hablar de estos temas —sentenció con resignación, indiferente a mi impaciencia.
—Cosas de mujeres —espeté yo, al tiempo que regalaba a mi pobre estómago un trago de aquel excelente vino.
—Lo único importante es que no estén bautizados. Y la salsa adecuada, por supuesto —dijo, enmarcando la frase con una sonrisa de experto—. Pero ya seguiremos hablando de esto en la sobremesa. Ahí viene Paula con la ensalada…
Manejando diestramente la pinza, dio la vuelta sobre la parrilla a un costillar que desprendía un agradable aroma grasiento. Mis intestinos se retorcieron de ansia y emitieron un rugido que no fui capaz de disimular.
—Le incomoda hablar de estos temas —sentenció con resignación, indiferente a mi impaciencia.
—Cosas de mujeres —espeté yo, al tiempo que regalaba a mi pobre estómago un trago de aquel excelente vino.
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