LA MUERTE DEL CINE MUDO
Amélie Olaiz
El hombre abandona el viejo cartel y entra a la sala del cine. Camina por el pasillo central. Lleno de asombro observa que su silueta no se recorta sobre la pantalla.
Durante la escena de las explosiones, asustado, se oculta tras una butaca. Saca la cabeza y mira hacia los lados. Del suelo recoge dos palomitas de maíz que coloca en sus orejas. Se incorpora para observar la balacera, tapando, de hito en hito, su cara con los brazos. Permanece absorto unos minutos. Mueve su pequeño y tupido bigote, gira sobre sus talones y se enfila hacia la salida. Con el frac raído, su bombín sobre el pecho y el bastón en la mano, va decidido a guardar un milenio de silencio.
Durante la escena de las explosiones, asustado, se oculta tras una butaca. Saca la cabeza y mira hacia los lados. Del suelo recoge dos palomitas de maíz que coloca en sus orejas. Se incorpora para observar la balacera, tapando, de hito en hito, su cara con los brazos. Permanece absorto unos minutos. Mueve su pequeño y tupido bigote, gira sobre sus talones y se enfila hacia la salida. Con el frac raído, su bombín sobre el pecho y el bastón en la mano, va decidido a guardar un milenio de silencio.
1 comentario:
Maravilloso homenaje al cine mudo y a Charlot, sin descartar el magnífico manejo dual que haces de la imaginación que existe entre la realidad diaria y la ficción en pantalla. Me tomé la libertad de reproducirlo en mi blog Cine Silente Mexicano con los créditos respectivos.
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