EL MUNDO COMO REPRESENTACIÓN
Roberto Ortiz
Cuando el viejo Julius terminó de leer, cerró los ojos. Ensayó una que otra alegoría, comenzó a palpar su exterior. Tropezó con la silla, cayó unas cuantas veces, poco a poco se fue habituando a su nueva realidad.
Mientras hacía esto, comprendía el mensaje del libro: la existencia del objeto subyace al simple decoro de ser tomado en cuenta. Ya no pensaba en él, ahora estaba lejos de los hilos que lo habían doblegado; familia, gustos, pensamientos. Si todo existe para el sujeto y sin él nada existe, se dijo, entonces soy libre.
Se plantó frente al espejo, entornó los ojos y sonrió. Había desaparecido.
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