Pedro entró, abrumado por la timidez, como siempre, y fue directo al salón especial, donde Él se divertía, rodeado por una multitud de seres estrambóticos.
—Perdón, Señor.
—Adelante, Pedro, estás en tu casa, con confianza —respondió Dios, multiplicado. Discutía de política con Marx y Sartre, les refutaba cuestiones de física cuántica a unos cuantos, mientras jugaba al ajedrez con varios excampeones. De pronto se trenzó con Picasso, Houptermann y Vidal por el asunto de la validez de las vanguardias justo cuando era el turno de Deawkins, que se quedó mascando bronca.
—Señor, los piadosos se quejan e impacientan. Forman filas de varios pársecs de extensión.
Dios resopló.
—¡Los piadosos! ¡Cómo me aburre esa gente!
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