Cansada del protocolo, Diana se escapó del palacio por la puerta de servicio. Era de noche. Caminó hacia el río.
Lo encontró en una calle estrecha y empedrada. Alto, enjuto, llevaba un maletín oscuro. La saludó: en sus labios se dibujaba una extraña sonrisa. Sus anchas manos la acariciaron. Temblaba. Luego la soltó y se alejó unos pasos.
—Debo irme, princesa.
—¡Tu nombre! Quiero volverte a ver.
—Me llamaban Jack y regresaré por ti. Te buscaré en París, alguna noche, en el puente Alma.
Luego, subió a su moto y se alejó calle abajo.
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