FUEGO
Carmen Courtaux
Tenía una neumonía brutal. Le temblaba el cuerpo con convulsiones, transpiraba como si fuera un trapo de piso y la retorcieran.
Una tarde, agotada, tuvo un sueño: alguien, sentado en su cama, le acariciaba el pelo y le conversaba. De espaldas, ella respondía confiada; conocía esa voz. Se dio vuelta.
Al verlo se le erizaron los pelos del cuerpo en un oleaje que lastimó su piel. Quien estaba a su lado era el Demonio. Se despertó de un salto involuntario.
—El diablo no existe —se dijo. Y se aferró—, el diablo no existe.
Quince días después, ya repuesta, aunque débil y ojerosa, descubrió frente al espejo que estaba cubierta de canas.
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