Urbino, 6 de Mayo de 1497, atardece. Lucrecia viste de brocato, su rostro ovalado luce pétreo los finos rasgos que inspiraron la impronta de los pinceles de Bartolomeo Veneto. Está mirando con fijeza uno de los platos de la lujosa mesa tendida para la cena. Sabe de antemano quien comerá de él.
A pocos metros de allí Yiya, su leal cocinera nacida en Murano, trabaja afanosamente.
1 comentario:
Yo, por las dudas, rechazo cualquier invitación a comer de Liliana. Pero a leerla... ¡seguro que vuelvo!
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