TORERO
Carmen Courtaux
—Usted está viendo mi mansión y sus jardines pero mi vida no fue siempre así. De chaval fui indignamente pobre y el hambre fue una constante.
Fue entonces cuando el diestro andaluz me invitó a acompañarlo a los sótanos. En penumbras, fresca y seca estaba lo que él llamaba su despensa. De los techos colgaban cientos de jamones y embutidos. Hormas de queso y conservas de todo tipo se alineaban en los estantes. En el medio de ese recinto había un sillón.
—La lidia me ha dado fama, poder y dinero pero cuando me siento oprimido o angustiado, cosa que me ocurre a menudo, para calmarme vengo aquí, me siento y miro a mi alrededor.
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