SUCESIÓN
Eduardo M. Laens Aguiar
Cuando vio al linyera correr hacia él, con las manos manchadas de una suciedad viscosa, no supo qué pensar, pero por fortuna reaccionó a tiempo, girando el torso, tomándolo por los antebrazos y derribándolo con presteza para quedar de rodillas sobre él, inmovilizándolo.
Una de las últimas cosas que lo sorprendió fue la sádica sonrisa que se fue formando en el rostro del linyera, lentamente. Lo último fue una doble sensación, de ardor y calor, que se clavó en su espalda y cuello.
Luego se puso de pie y, con las manos transpirando una suciedad viscosa, fue en busca del siguiente.
Una de las últimas cosas que lo sorprendió fue la sádica sonrisa que se fue formando en el rostro del linyera, lentamente. Lo último fue una doble sensación, de ardor y calor, que se clavó en su espalda y cuello.
Luego se puso de pie y, con las manos transpirando una suciedad viscosa, fue en busca del siguiente.
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