TODO CLARO
Roberto Ortiz
Genio era uno más, un compadrito de los arrabales. Le gustaba el pisco, el son y las mujeres. Hasta que un día, cansado de la bohemia, decidió casarse, sentar cabeza como se dice, parir al hijo y encumbrar su nombre. Con tales ilusiones caminaba borracho por el muelle del puerto de atunes y anchovetas, ignorante de la luz que lo seguía. Aquella noche fue abducido por la horda más triste de cangrejos cósmicos. ¿Es o no es real?, pensaba Genio, delante de sus captores, como deshojando margaritas. Azorado por el delirium tremens comprendió su mala suerte y, viendo las tenazas cortar su cuerpo, comenzó a reír, poco a poco, hasta convertir sus miedos en horribles carcajadas.
Foto: Vista de Valencia (J.V.Ortuño)
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