LA DICTADURA DE LA RAZÓN
Roberto Ortiz
La mazamorra estaba servida. El mono, vestido en frac y apoyándose en su cayado entró al comedor inundado por la Quinta sinfonía beethoviana. Arrimó a un lado el plato y se puso a cantar. Un avestruz lo miraba desde la ventana con un rictus de incertidumbre y tensión. La campana que había estado reptando por las paredes alargó su cuello hasta el plato y vomitó. Eran las siete y quince de la mañana a saber por la luna llena.
A las ocho llegó el hombre, fue a la cocina y corrió las cortinas. Se sentó a la mesa y bajo los resplandores de la mañana cerró el libro surreal.
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