Cuando la hermana Teresa vio los frasquitos de champú y acondicionador para el cabello que el hotel ponía a su disposición, lamentó haber renunciado a su vocación para abrazar la carrera religiosa. Por ser una Esclava de María, le estaba vedado usar productos de belleza y sólo muy ocasionalmente, cuando la Orden la enviaba a un congreso, tenía la ocasión de ponerse en contacto con aquella frivolidad en estado puro. Llegado este punto, sabía que el pecado era inevitable y que a la noche, antes de irse a dormir, se maquillaría como una bataclana para mirarse cien veces al espejo, antes de barrer con todo rastro de cosméticos. Sin embargo, lo que más lamentaba, era tener que confesarse el padre Germán, y ser amonestada por el viejo mariquita, que hubiera dado su mano derecha por una caja llena de productos de Revlon, Max Factor o Artez Westerley.
Sergio Gaut vel Hartman
5 comentarios:
Gran micro: de la lástima a la rabia y después a la sonrisa en unas pocas líneas.
¡Qué bueno!
Me sacaste una sonrisa de oreja a oreja.
Abrazo, Sergio.
Javi.
Muito bom e divertido!
A ese padre Germán lo conocí: su parroquia era una disco...
muy gracioso, Sergio, como siempre, muy buen remate...
Lo bueno de esto es que, si por una remotísima casualidad estoy equivocado de medio a medio y el infierno de veras existe, ya sé que voy a estar en tu excelente compañía... Chapó!
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