Cuando Ernest Hemingway despertó una mañana, después de un sueño intranquilo, se encontró sobre la cama convertido en un monstruoso dinosaurio. La noche anterior, borracho como una cuba de batista, no sólo no había podido vender los zapatos de bebé con poco uso que heredara de Franz Kafka, sino que, además, los pescadores de pez espada le habían hecho pagar las copas. Y allí no terminaban las desventuras del recio escritor: Augusto Monterroso lo estaba apuntando con una pistola nueve milímetros, decidido a dirimir, de una vez por todas, la primacía en aquel asunto de la microficción más breve etcétera.
Sergio Gaut vel Hartman
4 comentarios:
Toda historia, bien mirada, es un entrevero de historias que se retuercen mostrando caras extrañas. Esta historia es una de esas hebras. Fantástico!
Magistral cruce Sergio!!!
Si ustedes lo dicen... Lo hice sin intención. (O por lo menos eso es lo que me obligan a declarar los fantasmas de Hemingway, Kafka y Monterroso cada vez que uso los tópicos que ellos instalaron).
este Monterroso es un denso: quedo demostrado en ráfagas que nosotros le ganamos...y bien...
Muy bueno Sergio...
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