Había perdido las esperanzas; la edad, las enfermedades, los fracasos lo llevaron a odiarse a sí mismo hasta el punto de desear la propia muerte.
Eligió un poderoso raticida y lo ingirió con una sonrisa, seguro de que no despertaría.
Y no despertó, pero tampoco murió. Un curioso estado de coma, dijeron los médicos.
Él, entretanto, soñaba con una vida… soñada. Dinero, salud, éxito, mujeres. ¡Esto es vida!, reflexionaba, sumido en una nube de terciopelo. Si lo hubiera sabido antes… Pero las cosas suceden cuando tienen que suceder, ¿verdad? Suceden cuando tienen que suceder, en efecto, en Oniria o en Vigilia. Y en Vigilia la racionalización llegó al hospital.
—Desconecten —dijo el Jefe de Servicio.
—Morirá —le contestaron. El Jefe de Servicio se encogió de hombros.
Pero no murió. Soñó con enfermedades, fracasos, sufrimiento, la clase de cosas que llevan al suicidio. Lástima que en Oniria no hay raticidas.
Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman
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