La muñeca cobró vida. Sus ojos eran la nada misma, oscuros y profundos.
No pude moverme, ni gritar, me invadió una parálisis total, completa. Me quedé mirándola como quien mira lo inevitable, acercándose lentamente mientras su sombra se teñía de rojo.
Desesperación, inmovilidad, terror...
—Tres, dos, uno, ahora estás despierto de nuevo, dijo el analista.
Decidí abandonar las sesiones...
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