Torpe y desmañado, el zombie se tambaleaba por las calles de la ciudad en ruinas. A lo lejos, los sobrevivientes de la catástrofe que había matado a millones y devuelto la vida a unos pocos, ponían distancia para no ser alcanzados por el monstruo. En realidad no había peligro para los humanos vivos, actores jóvenes y bien entrenados en películas de Mel Gibson y Bruce Willis; el zombie, en cambio, era un anciano rescatado del geriátrico por un productor ahorrativo. Tampoco había guionista, gracias a lo cual la acción quedaba librada al pobre oficio de un escritor novato y a la bendita improvisación. Por eso, casi nadie se sorprendió cuando el zombie, extendiendo la mano, dijo con absoluta naturalidad:
—No vale la pena perseguirlos; estos humanos, llenos de siliconas y anabólicos, deben ser incomibles. Definitivamente, no son un plato apropiado para alguien con tan buen paladar como yo.
Sobre el autor: Sergio Gaut vel Hartman
1 comentario:
La sili-coña debe ser de lo más indigesto... Qué mundo éste, en el que ya no queda nada auténtico.
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