En este instante, cuando estoy trepado en una torreta siniestra y me elevo sobre las avenidas de criptas y las plazas rodeadas de lúgubres mausoleos, bajo la luna triste, me percato de que todo está vacío. Los demás espíritus, redimidos, se han ido. En Mictlán ya no hay nadie. Sonrío. Ahora es cuando inicia, mi verdadero Infierno.
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