Tendí la mesa, se rompió el mantel. Lo cosí, se rompió la mesa. Acomodé los platos en el suelo, el pan a la derecha, el vino, a la izquierda. Serví la comida, la sopa se volcó en mi pecho. El vino, se derramó sobre mis rodillas. Empapada, olorosa y hambrienta, me agaché y empecé a lamer el piso. Después, manoteé la panera. Las migas resbalaron de mis dedos para caer en mi pecho, allí, absorbieron la sopa. Después, bajaron hasta mis rodillas donde se regocijaron con el vino. Y ya, colmadas y felices, se fueron al patio cuchicheando entre ellas, para dormir la siesta al sol.
Envidio a las migas. Les importa un pito, el protocolo.
Envidio a las migas. Les importa un pito, el protocolo.
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1 comentario:
Es cierto!, los placeres no deberían estar signados por ningún protocolo, se ve que las migas lo saben.
Sin duda Diana lo supo narrar con maestría
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