jueves, 28 de abril de 2011

Sed - Jesús Ademir Morales Rojas


Cuando Henry Chinaski se vomitó a sí mismo, decidió dejar por fin esa bebida. Aplastó con sus sucias botas aquel pequeño cuerpo arrugado. La bolsa membranosa que lo contenía dejó escapar un quejido y grumos verdosos. Pero antes de irse de allí el viejo beodo decidió tomar un último trago: introdujo su botellita al mar y se bebió el refrescante —y extrañamente dulce— líquido salino. Pronto Chinaski se alejó de la costa californiana hacia su propio destino. El sol se puso con un extraño brillo en el horizonte marino. Más allá, mientras tanto, Japón, resplandecía como nunca.

1 comentario:

Sergio Gaut vel Hartman dijo...

Muy logrado, Jesús. Un cuento para conservar en un libro...