En la sala de las momias egipcias, el Museo no tenía ninguna alarma ni de intrusos ni de merodeadores. Los remedos de tumba, entonces, quedaban desamparados la mayor parte del tiempo de no ser por un venerable cuidador que, todos los días del año, tomaba la temperatura de las momias y las anotaba en un librito. Tenía miles de libros iguales, el cuidador. Una noche, la momia del sepulcro denominado A77 tuvo sexo con la del sepulcro B56, al parecer sin consentimiento. El viejito notó la anomalía sexual porque se produjo un salto en la temperatura de ambas momias. Evidentemente, tal sesión no habría sido satisfactoria para ninguna de las dos.
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