Mi hija me mostró un laberíntico diseño que una amiga le había dibujado en la libreta. -¿Parece hipnótico, verdad? -me preguntó con voz extraña. En efecto, el dibujo era un dédalo de tinta que seducía y mareaba. En mi caso, además, acababan de sacarme una muela y estaba aún medio anestesiado. Conseguí apartar la vista, balbuceé algo y fui a tumbarme en la cama, donde quedé dormido. Soñé con cárceles circulares, con tatuajes de fuego, con pasillos recursivos. Me desperté con un rotulador en la mano, al lado de mi hija, dibujando ambos en la pared, compulsivamente, aquellas espirales inacabables
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