Ya nadie necesitaba amor, había pasado de moda. Sólo interesaban los suntuarios, las tarjetas de crédito, los automóviles la ropa de marca. Los enamoramientos eran asunto de otros tiempos, al igual que las amistades leales y las iniciativas altruistas. Con frecuencia uno encontraba en la calle –entre toda clase de residuos y envases vacíos– cuerpos de cupidos atravesados por sus propias flechas. Era penoso ver aquellos inertes cuerpecillos rechonchos y rosados abandonados por doquiera, entre desperdicios, ratas y cucarachas, con sus cabelleras doradas mecidas por el viento de la ciudad indiferente.
Tomado de: http://diegomunozvalenzuela.blogspot.com/
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