A Carmen Carrillo quien me prestó: título y parte de la anécdota.
Estábamos paseando por La Habana Vieja. Buscábamos un lugar donde comer. La noche anterior habíamos cenado en una casa naranja en una avenida cuyo nombre no recordábamos. Decorada sobriamente, con excelente comida y mejor ron, ahora la extrañábamos. Se acercó un señor muy circunspecto que ofreció cucuruchos de papel con cacahuates, maní como los llaman ahí y nos pasó un papelito de estraza de dos por cuatro en el que había escrito las cosas que coleccionaba: tapas de gaseosas, estampillas, trebejos, frascos de remedio, trozos de vidrio azul, cintas de envolver, banderines, doblones, papeles de chocolates, cajetillas vacías de cigarrillo, cosas mil. Quizás tostaba el maní con esas cosas, porque sabía de maravillas. Nos quitó el hambre hasta la noche en que volvimos a esa mansión, ya dorada.
4 comentarios:
Poético.
Cuba, qué belleza de lugar. Y La Habana, que delirio.
Es que Cuba es así: le brota la magia y la poesía por todas partes.
Lo más probable es que todo haya sido cierto. El que vendía maní, puede haber sido el que entregaba los papelitos con las cosas que coleccionaba. Y uno que iba a comprar vaya uno a saber qué sabores.
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