En el siglo XV había una monja devota que decidió hacer una peregrinación a Jerusalén. Ella pertenecía a una orden que usaba bolsas sobre sus cabezas. Y la madre superiora le dijo a la monja que si ella caminaba por el campo con una bolsa en su cabeza iba a asustar a la gente. Pero la monja insistió, así que la madre superiora le permitió caminar alrededor del claustro, una y otra vez, todos los días durante tres años, hasta que ella cubrió la distancia equivalente a la Ciudad Santa. Al final de su caminata la monja estaba tan exhausta que sufrió un colapso. Llamaron a un doctor. Luego de examinarla, el médico anunció que ella estaba demasiado débil para realizar el viaje de regreso. La monja murió poco después.
1 comentario:
A fin de cuentas es un cuento fantástico: la monja murió en Jerusalén, lejos de su convento...
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