DÉJÀ VU
Amélie Olaiz
Pequeñas tuercas, tornillos y engranes ocupan su sitio. Trozos blancos se unen y la carátula deja de ser un rompecabezas imposible. Los romanos vuelven de direcciones opuestas y se integran al orden determinado. Las manecillas regresan como flechas que recobran el rumbo. La cadenilla, una serpiente de oro suspendida en el espacio, se engancha a la tapa. Huesos, uñas, vellos y piel son de nuevo las manos que sostienen el reloj de bolsillo. El hombre, ya sin prisa, lee la frase que su tatarabuelo grabó: “No fuerces el tiempo porque puede explotarte en las manos”.
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