El hombre leía el periódico en la sala, apenas auxiliado por la luz de un quinqué de cerámica. Era su día libre y se hallaba relajado, lejos del teatro, los aplausos y el nerviosismo de las representaciones. De pronto, al mismo tiempo que su esposa entraba en la estancia, una gargantuesca e incontenible flatulencia decidió abandonar su aparato digestivo, desgarrando la atmósfera como un trueno.
—¡Querido! —le regañó la mujer, irritada—. Te he dicho mil veces que no quiero que trabajes en tu día de descanso.
Joseph Pujol, el famoso petómano, ocultó el rubor de su rostro entre las páginas del diario.
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