EL ÚLTIMO CONCIERTO
Roberto Ortiz
Repasó los últimos arreglos, arrancó dos flores del macetero: una para su cabello y la otra para deshojar ante el público. Pero sucedió que durante el trayecto le invadió una tristeza infinita, dobló hacia la playa a diez metros del teatro y caminó bajo los álamos de la tarde. Con cada paso sabía al fin que iba en la dirección correcta, sorteó algunos transeúntes, se detuvo un momento y dio la vuelta. Sólo una niña la vio sonreír y agitar la mano mientras caía al precipicio.
En el gran teatro de Viena la gente aplaudía a una desconocida. Jamás el mundo escuchó melodías perfectas. Terminado el concierto comenzó la hecatombe. Los que se salvaron aún hoy andan buscándola por entre los escombros.
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