La niña diminuta camina por el parque. Es una coleccionista profesional de sonrisas: sabe que con solo sonreír, obtiene a cambio otra sonrisa. Esa mañana le sonríen dos ancianos, tres señoras y un bebé: cuando llega a casa, guarda las sonrisas en un frasco. Por la tarde más sonrisas: la de un escritor meditabundo, dos de mujeres amargadas, cuatro del vecino, seis de sus tías, y el frasco se va llenando. Cae la noche, la niña duerme sonriente; desde el ropero, el frasco de sonrisas irradia una luz tenue. De pronto, un monstruo brota de otra dimensión y se traga a la niña de un solo bocado. Sonríe el monstruo: no lejos de su sonrisa, entre las rugosidades del estómago, hay una colección de niñas que lloran.
2 comentarios:
¡Qué buen cuento, Ricardo! Terrible y poético a la vez, me encantó
Un cuento exquisito, muy bien escrito. Felicitaciones
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