CREENCIAS
Sergio Gaut vel Hartman
El tipo estaba sentado junto a la ventana, como si esperara a alguien.
—¿Puedo? —dije, y me le uní sin esperar la respuesta.
—Son todos cínicos —dijo él, siguiendo una conversación que jamás comenzamos—. Sólo creen los desgraciados, los marginales, los heridos. Los otros no creen.
—¿Nadie? La gente de fe...
—¡Tonterías! Nadie. Ni el papa, los cardenales, ni un miserable cura. Y los de las tiendas vecinas, lo mismo, rabinos, imanes, pastores. Son cínicos. Mienten, simulan.
—Y usted, ¿cómo lo sabe? ¿Acaso fue uno de ellos?
Alzó la vista para mirarme con unos ojos negros como dagas.
—Yo sólo espero.
—¿Quién es usted? —dije, alarmado, retirando la silla.
—Ahasverus; ¿no lo adivinó?
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