CUERVO 2
Héctor Ranea
Se nos acercó en el parque y solicitó con circunspección un refrigerio liviano. Al principio, no habíamos tomado en cuenta su presencia, por lo que se dio a conocer con un gesto casi impúdico de tocarse las alas. Le dimos, al darnos cuenta de su ambiguo enojo, algo de nuestro almuerzo, que pareció, por un momento, satisfacerlo. Ante su nuevo pedido, debimos declarar que no teníamos qué darle. Nos solicitó permiso para acompañarnos a nuestro domicilio. Desde entonces, recita un poema que creo reconocer.
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