SÚCUBO
Olga A. de Linares
Intentaba dormir cuando, sigilosa y suave al principio, se escurrió por las rendijas. Aunque invisible, su presencia era innegable. Se apropiaba del aire y, cada vez más fuerte, se adueñaba de todos los recovecos del cuarto, el lugar donde, iluso de mí, creí estar a salvo de semejantes intromisiones.
Pensé que si la ignoraba, podría evadirla. Si podía hacer de cuenta de que no estaba ahí, si lograba cerrar los ojos y dejarla fuera de mi mente, no podría lograr su cometido.
Pero todo esfuerzo fue inútil. Y supe que no podría escapar de ella hasta el amanecer.
Así, la música atronadora con la que el vecino festejaba su cumpleaños me atrapó, convirtiendo mi noche en una pesadilla de ojos abiertos e implacable insomnio.
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