TITÁN
Héctor Ranea
Me avergoncé ni bien emití mi queja. El colono me dijo: –Vuestra pena es nuestra dicha. No supe qué contestarle. En efecto, el agigantarse del Sol había transformado a Titán en un planeta habitable sin necesidad de máscaras ni edificaciones anticorrosión. Me espetó: –Dé gracias que les mandamos la última nave, que si no, estarían ustedes achicharrados. En verdad, en esos momentos se veía una pequeña peca incandescente en el Sol rojo. Era lo que quedaba de la Tierra.
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