ALAMUT
Sergio Gaut vel Hartman
Cuando Hülegü conquistó la fortaleza de Alamut, el jefe de los hashishiyyín, Rukn al-Din Khurshah, se arrastró por el suelo rogando clemencia. El despiadado mongol le ató una cuerda al cuello y lo paseó por la estancia como si se tratara de un perro.
—Dile a uno de tus hombres que se arroje por la ventana —rió Hülegü, a cuyos oídos habían llegado noticias de la fidelidad que los esbirros del Viejo de la Montaña observaban hacia su líder. De la boca de Rukn sólo salieron gemidos, pero uno de los reclutas más jóvenes, desesperado, se arrojó al vacío y voló hacia Damasco para pedir ayuda. No tuvo éxito porque un compañero de secta, que no lo conocía, lo degolló para robarle unas pocas monedas.
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