BANCO
Héctor Ranea
Las noches de invierno, dentro de la guardia del hospital de Río Gallegos, eran confortables; un refugio tranquilo, tibio y cómodo. Una noche de esas, en la que afuera soplaban vientos y culebras amontonando nieve hasta casi tapar los dos primeros escalones del ingreso al hospital, entró un joven alto, pálido y elegante buscando afanoso el banco de sangre. Tomó de rehenes al médico y la enfermera de guardia con una pistola Bram y asaltó las heladeras. Demandó sangre de cierto grupo y factor RH, se bebió dos litros mientras los secuestrados lo miraban azorados. Se fue sin hacer otro daño. Obviamente, en el bar Roca, no les creímos una palabra. Ni al médico ni a la enfermera.
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