CAFÉ
Edgar Omar Avilés
Diste el primer sorbo, entonces descubriste que el café no era café: eras tú. Con cada sorbo delicioso te bebías; primero tus pies, luego tu vientre, tu pecho, tu rostro y tus sueños. El vaso vacío quedó sobre la mesa, o sobre la banca, o en el suelo, como tantos otros.
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