CARNAVAL
Marcela Silvestro
Dormido contra el marco de la ventanilla abierta, el hombre se mece; a veces suave, a veces no tan suavemente, de acuerdo al capricho del adoquinado. De a ratos sonríe. Sueña, tal vez. Entre sus manos, un diario ajado intenta conservar el equilibrio.
De pronto, la esquina, los chicos, los gritos, los baldes. Se entreabren apenas los ojos del hombre. No hay tiempo para nada: casi sin darse cuenta, se encuentra empapado.
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