DIFÍCIL
José Vicente Ortuño
—¡Maldita sea, esto no me inspira! —exclamó—. ¿Cómo cuentear la imagen de un paraguas cabreado atacando a una anguila demacrada?
Miró aquel dibujo hasta que le dolieron los ojos y, sin darse cuenta, se durmió.
Despertó sobresaltado en un mundo gris, bajo un cielo plomizo, tumbado entre las ruinas de una fortaleza.
Oyó un siseo a sus espaldas. Una gigantesca serpiente avanzaba con aviesas intenciones. Reculó hasta tropezar con un muro. Entonces una sombra enorme se abatió aleteando sobre el ofidio y lo partió por la mitad.
El escritor corrió presa del pánico, tropezó, cayó y se golpeó la cabeza contra… su escritorio.
—¡Vaya pesadilla, mañana no volveré a cenar tanto! —exclamó incorporándose con alivio.
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