El Presidente abrió la ventana del despacho. La noche caía sobre el jardín y el aire olía a primavera.
Suspiró y volvió al escritorio.
Trabajaba cuando apareció la mosca. Uno de esos moscardones que dibujan ochos en el aire y zumban en medio del silencio hasta hacerte perder los nervios.
Una y otra vez, la mosca pasaba bajo la luz del flexo, brillaba como un cristal y se escabullía sobre su hombro izquierdo, perdiéndose en la oscuridad.
El Presidente reparó en que el bicho emitía un zumbido uniforme y demasiado potente.
Pero ya era demasiado tarde.
Oyó cómo la mosca volvía otra vez. Nervioso, levantó la vista.
Y la mosca abrió fuego.
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