MARTE
David Callón González
Llegamos a Marte con ocho cuadros negros miniaturizados y enrollados en las orejas. El marciano de la franquicia McDisney tocó los cuadros con sus veintiocho finos dedos de pianista (siete por cuatro) y apreció el arte perceptual contenido en la rugosa textura.
—Es cera —susurró Bernal
—Para parir cuadros hay que ser una Kahlo —sentenció el profesor Sergio.
—Pagaré ocho sirtes; ni medio bradbury más. ¿Se cree que no me doy cuenta que son estafadores?
—¿Sólo ocho? ¡Fueron alumbrados por un sol negro! —se exasperó el michoacano.
—¿Vinimos a Marte por ocho miserables sirtes? —dijo Bernal.
—En otro viaje se fueron a la mierda —recordó el marciano—, y no lograron regresar a este plano espaciotemporal. Pero les daré cuatro hamburguesas de perringo dulce sin cargo.
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