MONASTERIO
David Callón González
Saurio estaba en el Monasterio.
—¿Qué hacés acá? —le dijo el profesor Sergio. Saurio se encogió de hombros.
—Me pasé a la secta del Regreso Lovecraftiano de los Antiguos.
—¿Esos no son una escisión de los samaelanos? —pregunté sin poder reprimir un escalofrío. Los ojos de Saurio se iluminaron de gozo.
—¡Sí, sí! En medio una ráfaga de lucidez, embriaguez, insomnio y amor, creamos un satélite etéreo para evitar un incidente termonuclear en Marte.
Porcayo, que se había venido con nosotros tras el incidente frital con Zárate, inquirió: —¿Eso fue cuando los eruditos caoístas del claustro electrónico descubrieron una ruptura en el velo que cubre nuestra realidad consensual?
—¡Sí, sí! —palmolteó Saurio.
Saurio resultó mucho menos sabroso que Zárate. O será que ya no teníamos hambre.
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