En alguna parte Howard Carter murió de un linfoma en 1939. Ahora eso ya no le importaba en lo absoluto, ni siquiera dudaba del hecho de que estaba vivo y respiraba. La excavación en el yacimiento helénico había sido un éxito y el cofre tallado reposaba sobre la mesa de trabajo. Pasó su mano temblorosa sobre la superficie labrada y sus labios musitaron palabras inaudibles. Parpadeó repetidas veces presa de la excitación y realizó las últimas anotaciones en su cuaderno de campo. Las fotografías de rigor ya habían sido tomadas, así que procedió a romper el sello.
En su nueva vida Howard Carter abrió la caja de Pandora. Su desencanto fue infinito y no pudo evitar recordar a Tutankamón.
La caja estaba vacía.
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