ÁRBOL DE DINERO
José Manuel Ruiz Regil
Prometió compartir los frutos con él una vez que brotara la planta financiera. El único requisito era donar su capital como semilla para aquel vergel. Confiado, entregó al astuto la suma que echaría raíz, sin siquiera sospechar que aquella empresa entrañaba algún equívoco. Con toda fe y disciplina cada tercer día el inversionista asistía al terreno donde había sembrado su ilusión, para regar con agua reditual su quimera. El tiempo demostró que ni el oro, ni la plata, ni el cuproníquel, mucho menos el papel moneda germinan. No al menos bajo la oscuridad de la tierra.
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